sábado, 27 de febrero de 2010

Bailarina y pirata, rara combinación


La conocí sin ganas una noche. En realidad ya la había visto antes pero las dos estábamos en otra. Fuimos a un recital un jueves perdido para acortar la semana. La invitaron mis amigas: que está sola, recién se separó, y así vino. A mí me gustaba la cantante. Pero fue nomás verla allí sentada, con toda su sensualidad a cuestas y supe que caería . Me dije: no puede ser, vine a otra cosa. Pero los ojos buscan belleza y no pude sacárselos de encima. Juegos del destino.

Tuvimos recital y margaritas. Después me llevó a casa. Si querés un café y si no nada. Y bueno, dale. Despliegue seductor hasta las 2 a.m. Yo juré no llevármela a la cama esa noche. Y no lo hice. No sé si soledad o margaritas. Te doy mi número, ya que vamos a andar solas el verano por ahí podemos hacer algo. Y mail y mensaje. Y ya estaba.

Ella lo que hizo fue hechizarme, arrugarme los despertares y los sueños.

Unos encuentros después la invité a ver la luna que no vimos. Y toqué su cuerpo blanco de rocío, acaricié su contorno y sus orillas. Fue sutil y tenue. Fue mañana.

Ahora no puedo arrancármela de adentro. Pero es pájaro, es libre, es de ella misma; no anida en mi puerta ni en mi alma.

Ojalá sólo hubiera visto la música aquel día.

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